
Hijo dilecto del club que lo vio nacer, por su amplio salón pasaron las principales figuras de la canción porteña.
En su libro autobiográfico “Vivir para contarla”, el inolvidable Gabriel García Márquez asegura que “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Tal vez por eso el Bar del Glorias -Andalgalá 1982, a metros de Bragado- sea un fiel reflejo de la vida, de su propia vida, como símbolo cultural del barrio de Mataderos. Sus paredes cargadas de recuerdos son el testimonio irrefutable de sus 84 años de historia.
Allí, todo está expuesto. Las imágenes de los prestigiosos músicos que tocaron y las de las figuras y deportistas célebres que lo visitaron, se mezclan con una gran cantidad de objetos que los vecinos le legaron al patrimonio del bar. En una pared se apila una docena de televisores ochentosos, un Winco le hace de mesa a un sifón antiguo y más allá un monedero de colectivero se luce sobre un combinado capaz de hacer sonar cualquier disco de pasta. “La gente nos va regalando estas cosas. A veces me llaman para avisarme que tienen algo que no usan y yo lo paso a buscar y me lo traigo al bar”, cuenta Néstor Miranda, que está a cargo de este templo gastronómico/cultural desde hace veinticinco años, mientras comparte un café con Cosas de Barrio.
En lo alto del salón, sobre la pared del fondo, una enorme foto de Aníbal Troilo muestra al eximio bandoneonista firmando el contrato que lo unía a una serie de funciones en el club. Pero Pichuco no fue el único. Por ese mismo salón sonaron en vivo verdaderos sinónimos del tango, como Hugo del Carril, Carlos di Sarli, Julio de Caro, Ástor Piazzolla, Alberto Podestá, Osvaldo Pugliese, Ángel Vargas, Alberto Morán y Alberto Castillo, entre otros. Pero también hicieron bailar a los vecinos los integrantes del Club del Clan y hasta el mismísimo Sandro. “Incluso una escena de la película Tango Feroz se filmó acá”, destaca Néstor.
El Club Glorias Argentinas nació en febrero de 1941. El bar lo hizo unos meses más tarde, más precisamente el 22 de diciembre del mismo año. “El portero histórico del club fue Carmelo Polizo -cuenta Miranda- y su hijo Carlos se tomó el trabajo de analizar los libros de actas del club, que se apilaban en un altillo, para recopilar los nombres y las fechas con los artistas que desfilaron por el Bar del Glorias. Con toda esa información realizó las gestiones ante la Legislatura para lograr que en 2010 se lo declarara Bar Notable. Yo tuve la idea y él le dio forma y la impulsó”.
Carlos Polizo es quien se encarga de dar fe de ese pasado glorioso, del que él también fue testigo. “Una noche de carnaval cantaron juntos Palito Ortega y Sandro”, remarca, mientras se le arremolinan los recuerdos. “Los viernes de invierno Troilo venía con su señora a comer la buseca que preparaba mi Viejo. La servía en la olla, arriba de una carretilla, era un espectáculo…”. Y cuenta que, a la larga lista de intérpretes, también deben sumársele los bailarines. “Acá la rompieron Elvira y Virulazo, Finito, Juan Carlos Copes y María Nieves. Los sábados, el salón reventaba de gente con un montón de parejas que venían a bailar rock and roll. Pero eso sí, el mejor era Alberto, que le faltaba una pierna”.
Néstor Miranda se hizo cargo del bar a fines del año 2000 y no tardó en recuperar aquel legado. “Me invitó a participar Sergio Tur, el presidente del club”, recuerda, y cuenta que cuando llegó “era el buffet del club, tenía una barra y algunas mesas. Pero una tarde, estando en el Café de García, en Devoto, con mi pareja de entonces se nos ocurrió hacer algo similar acá en el Glorias”. A partir de allí, la mística del bar volvió a flotar en el ambiente y los fantasmas de antaño le dieron la bienvenida.
Hoy el Bar del Glorias volvió a ser un punto de referencia ineludible en Mataderos. “Ahora está en boga el tema de los bodegones, pero yo diría que el nuestro un bar con alma de cantina”, se apresura en marcar Néstor, para luego ahondar sobre el nombre. “De entrada le pusimos Bar del Glorias para registrarlo, pero es cierto que el nombre le queda chico. Un cliente una vez me dijo, al nombre de este lugar habría que hacerle una pequeña modificación, debería llamarse Bar de las Glorias. Y con todas las figuras que pasaron por acá creo que razón no le faltaba”.
No bien se hizo cargo del bar, Néstor debió capear la crisis del 2001, pero en 2012 un verdadero temporal le pegó de lleno, cuando el miércoles 4 de abril un tornado sacudió los cimientos del club. “Al club lo partió en dos -recuerda- pero a nosotros, de casualidad, no nos tocó. Al menos no nos rompió nada, sólo tuvimos algunas filtraciones. Me acuerdo que volaron los tinglados y rompieron la terraza y las dos canchas del club. Costó dos años recuperarlo. Nosotros aprovechamos ese receso para hacer algunas modificaciones. Cambiamos de lugar la barra, los baños y la cocina y logramos hacer más funcional el salón”.
Cultura y recuerdos con los sabores de la buena mesa
El salón tiene capacidad para ciento veinte personas. Todos los fines de semana el Bar del Glorias convoca intérpretes para darle forma a una cena show capaz de mantener vivo el espíritu del lugar. “Los viernes solemos hacer karaoke, los sábados tributos a grandes artistas y los domingos suele haber standuperos. Ya tenemos llena la agenda de espectáculos hasta fin de año”, asegura Néstor. La gente llega después de las 20:30 y la noche se extiende hasta la 1:30 o 2 de la madrugada, “salvo el domingo, que terminamos más temprano, respetando lo que tenemos estipulado con los vecinos, en un acuerdo que firmamos hace más de quince años y nos quedamos todos tranquilos”, explica.
Cuando se acabó la pandemia, el Ministerio de Cultura les dio un diploma a todos los bares que habíamos logrado subsistir. Entre ellos, el del Glorias. Hasta entonces el bar abría siempre después de las 17, pero a partir de allí comenzó a abrir a media mañana. “Ocurre que el club siempre abría a la tarde, entonces no tenía sentido abrir antes. Pero cuando dejé el Bar del Brisas de Liniers, donde teníamos el fuerte al mediodía, me vine definitivamente para acá y empezamos a potenciar los almuerzos. Hoy está viniendo mucha gente que labura en la zona”, relata Néstor, y cuenta que “abrimos a las 9 y cortamos a las 16 y después volvemos a las 19 y cerramos a las 23”.
Al Bar del Brisas de Liniers había llegado de la mano del Ruso Ribolzi, de quien Néstor había sido compañero en Atlanta durante diez años. “Hice todas las inferiores con él -recuerda-. Yo era arquero, ahora con los años y las operaciones me achiqué un poco, pero te puedo asegurar que de pibe imponía respeto… jajaja”. Cuenta que se calzó el buzo desde los 12 hasta los 21 años. “No llegué a debutar en Primera, sólo jugué amistosos. Por entonces estaba estudiando Medicina y opté por dedicarme a eso, pero al tiempo largué y me puse a trabajar, que es lo que me mejor sé hacer”.
Quien se siente a disfrutar del Bar del Glorias se topará con las comidas típicas de bodegón: osobuco, mondongo, lentejas a la asturiana, milanesas, pastas, pizzas y platos de carne típicos de la zona. El emprendimiento es netamente familiar. A Néstor lo acompaña su hermano Carlos, además de Eva, Alejandra y el resto de las chicas. “Los buffets de los clubes siempre se manejaron así, con la familia”. Eva y su hija son las encargadas de la cocina y de darle el sello distintivo a los platos del Bar del Glorias. “Yo armo el menú y ellas le dan forma”, explica, y asegura que “si sobró comida te la podés llevar. Además, desde principios de junio que no tocamos los precios”. Según el anfitrión, la trilogía del éxito es atención, calidad y precio, con la garantía de volver a los sabores genuinos. “Es decir, que el arroz con pollo sea arroz con pollo y que la paella tenga gusto a paella”, sostiene. El fin de fiesta es con postres clásicos: queso y dulce, almendrado, flan casero y budín de pan. “Además, los chicos tienen toda la variedad de helados”.
Ya lo dijo Gabo, la clave para que algo no muera es recordar su historia para contarla. Una y mil veces si fuera necesario. En el Bar del Glorias eso lo saben a la perfección. Tal vez por eso, los fantasmas del pasado se codean con las luces del presente y están más vivos que nunca.
Ricardo Daniel Nicolini