Los mojones de historia que aún conserva Liniers, para quien retorna al barrio que lo vio nacer y decide desandar su geografía.
Por Daniel Aresse Tomadoni (*)
El recuerdo inolvidable de mis años de la infancia, el extraño regodeo de la nostalgia, y el placer de volver a transitar las calles de mi barrio, son algunos de los factores que, cada tanto, me impulsan a dale forma al ritual de volver a mi querido Liniers.
Claro que el paisaje de aquel barrio de los años 60’ y 70’ ha cambiado muchísimo. Tal vez la clave esté en su arquitectura, en especial la de las Mil Casitas, que a través de los años siguen siendo un hermoso desafío para los arquitectos y maestros mayores de obras, que se animan a encarar reformas y embellecimientos realmente espectaculares en esas nobles y eternas casas que, como en los barrios de Santa Rita y Bonorino, florecieron en las primeras décadas del siglo pasado y aún se mantienen en pie con sus robustas construcciones.
Y en esas caminatas que disfruto tanto, practico un ejercicio mental recordando el antes y el después de cada casa, cada local o simplemente alguna plaza o parque del barrio, que afortunadamente son varios. Entonces me siento en algún banco y me veo reflejado en mi infancia, gordito y feliz, trepado en alguna hamaca de la plaza Sarmiento o lanzándome en caída libre del tobogán más alto de los parques de la avenida General Paz. O, tal vez, entreverado en alguna jugada de un picadito en la inolvidable canchita de Boquerón. Algunos de ellos desaparecidos físicamente, pero en mis recuerdos permanecen tan presentes como entonces.
Más tarde el recuerdo me lleva a mis años de adolescencia, cuando en la tradicional “vuelta del perro” salíamos a caminar de punta en blanco por el barrio, con las camisas estampadas y los pantalones Oxford. Todas las chicas eran lindas y era momento de lucirnos en el afán de lograr conquistarlas. Cómo olvidar entonces aquellos primeros besos en la plaza Ejército de los Andes, cuando la primavera enfervorizaba las hormonas y los primeros noviazgos parecían surgir a la vuelta de la esquina. Era una adolescencia de “asaltos” y de coloridos LP de “Alta Tensión” o de “Música en Libertad”, que comprábamos con nuestros ahorros en el Centro Cultural del Disco, del primer piso de la Galería Crédito Liniers, o en la disquería de la “galería vieja”, como se la llamaba a la Galería Liniers.
En mis caminatas actuales parece guiarme un GPS mental. Casi sin proponérmelo recorro las calles de Liniers hasta desembocar en mis tres casas. La primera en Boquerón al 7200, justo donde esa calle se acoda con la General Paz; la segunda a una cuadra, en General Paz al 11200, para finalizar en la tercera, de Pilar al 700, a un par de cuadras del Santojanni. Me entristece ver las dos primeras en mal estado, porque fueron trece años de mi vida que las disfruté. Sin embargo, la última se mantiene muy cuidada. Eso es Liniers para mí: recuerdos, emociones, magia, alegría.
Pero los recuerdos también son un puente directo al presente. La canchita de Boquerón es, desde hace décadas, un complejo de casas imponentes; los parques y los juegos de General Paz, ahora son carriles de asfalto de esa misma avenida; el Centro Cultural del Disco desapareció; la Feria N° 47, las calesitas de Montiel y Peribebuy, General Paz y Baltar y la de la Galería Crédito Liniers, ya no están… Pero no todo está perdido, porque hay locales que parecen ser eternos: la Heladería El Ciervo, Calzados Alicia, las inmobiliarias Bigi, Feola y Borrajo, la confitería Bin Bin, electricidad Liber, o repuestos San Cayetano. Entonces mi corazón vuelve a latir como en aquellos años en los que fui tan feliz en este hermoso barrio que es Liniers.
Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.
(*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que se ofrecen a través de Youtube