El templo hípico que marcó la vida porteña

En el corazón del barrio de Palermo, donde la ciudad se mezcla con los parques y el perfume de los jacarandás, se levanta desde hace más de un siglo uno de los íconos más tradicionales de Buenos Aires: el Hipódromo de Palermo. Más allá de su papel en el mundo del turf, este espacio es parte del ADN porteño, una pieza viva del patrimonio urbano, social y arquitectónico que ha atravesado generaciones, modas y gobiernos.

El Hipódromo de Palermo fue inaugurado el 7 de mayo de 1876 por el entonces presidente Nicolás Avellaneda, y rápidamente se convirtió en un símbolo de modernidad para la capital de una nación que aún estaba en construcción. Impulsado por el Jockey Club, surgió como el primer gran recinto hípico del país y uno de los más importantes de América Latina. En sus inicios, era un espacio destinado a la élite, donde los sectores acomodados se reunían para ver carreras de caballos, cerrar negocios y mostrarse en sociedad.

Durante décadas, el turf no fue solo un deporte: fue un acontecimiento social. Las carreras de caballos reunían a miles de personas y daban vida a una industria que incluía la cría de sangre pura, la actividad de los jockeys, las apuestas y una arquitectura pensada para el esplendor. El Gran Premio Nacional, creado en 1884, se convirtió en uno de los eventos más esperados del año y aún hoy es uno de los clásicos del calendario hípico.

La pista principal y tribunas en 1910

El Hipódromo vivió su época dorada entre las décadas de 1930 y 1950, cuando la actividad hípica se consolidaba y Buenos Aires respiraba un aire cosmopolita. Las tribunas colmadas, los caballos legendarios como Botafogo o Yatasto, y los colores vibrantes de las sedas eran parte de una postal porteña que aún perdura en la memoria colectiva.

El edificio principal del hipódromo es una joya arquitectónica de estilo francés, con detalles ornamentales, vitrales y materiales traídos de Europa. Fue diseñado por los arquitectos Louis Faure Dujarric y Paul Pater, y su tribuna oficial es considerada patrimonio cultural. Los jardines y esculturas que rodean la pista principal reflejan el lujo con que se concebían los espacios públicos a fines del siglo XIX.

Con el paso del tiempo, la actividad hípica perdió parte de su protagonismo en la vida urbana. La competencia de otros entretenimientos, los cambios culturales y económicos, y la falta de inversión provocaron una lenta decadencia que alcanzó su punto crítico en los años ’80 y ’90.

A partir del año 2002, con la concesión del predio a la empresa Hapsa (Hipódromo Argentino de Palermo S.A.), comenzó un proceso de reconversión. Se instalaron máquinas tragamonedas, se remodelaron espacios y se intentó devolverle al predio algo del brillo perdido, aunque con un giro comercial y turístico que no estuvo exento de polémica. El lugar pasó a funcionar como un casino hípico, lo que despertó críticas de sectores que veían en ello una desviación de la función original del espacio.

Hoy, el Hipódromo de Palermo sigue siendo un lugar activo, aunque su identidad ha cambiado. Además de las tradicionales carreras, el predio alberga ferias gastronómicas, recitales, festivales de música electrónica, ferias de diseño y eventos corporativos. Su pista de arena blanca, única en el país, sigue recibiendo competencias de alto nivel, pero convive con un nuevo público que lo visita por motivos muy distintos a los de hace 100 años.

Sin embargo, muchos especialistas en patrimonio y cultura urbana advierten sobre el riesgo de perder su valor histórico y simbólico. ¿Es compatible la preservación del patrimonio con su uso comercial? ¿Qué lugar ocupan los espacios tradicionales en una ciudad cada vez más enfocada al desarrollo inmobiliario y turístico?

El Hipódromo de Palermo es más que un recinto de carreras: es una cápsula del tiempo, un reflejo de cómo Buenos Aires se pensó a sí misma durante generaciones. Y aunque su presente sea más difuso que su glorioso pasado, su silueta sigue firme, marcando el ritmo del barrio y recordándonos que, en esta ciudad, la historia también corre.