
El estrés es hoy en día una de las principales causas de una infinidad de cuadros patológicos. Una persona sometida durante un tiempo prolongado a situaciones estresantes va viendo deteriorarse su salud en forma paulatina y constante. Son muy diferentes los efectos que puede afectar a hombres o mujeres. Existen síntomas que se pueden registrar, dependiendo del caso particular.
Pero hay una serie de mecanismos con los que cuenta el organismo que están siempre presentes y esto permite entender cómo funciona y qué se puede hacer para prevenirlo o para revertir sus efectos.
Ante todo, se debe entender que el tipo de estrés hay que prevenir dado que este término engloba un concepto bastante general y que en muchos aspectos es absolutamente necesario.
Yendo a la definición podemos decir que el estrés es una respuesta necesaria del ser humano para asegurar su supervivencia y su adaptación al medio. Es decir, si se nos aparece un león en medio del camino, sería bueno que sintamos miedo, que nos pongamos en alerta, nos tensionemos, en definitiva, que nos estresemos y tratemos de encontrar la forma de sobrevivir. El tema es cuando, por ejemplo, en lugar del león la amenaza que sentimos es el miedo a perder el trabajo o a no poder responder en general a todas las exigencias que tenemos. El organismo también aquí experimentará cambios, pero a diferencia del caso anterior sus efectos se prolongarán en el tiempo.
Se puede entonces establecer una primera gran distinción entre el estrés bueno o estrés, que puede ser hasta reconfortante si es un desafío que la misma persona se plantea, y el estrés malo o distrés que es el que nos preocupa.
El trabajo, la situación económica, una enfermedad, la situación familiar o afectiva son estímulos o situaciones que podrán generar demandas internas o externas que nos superan y provocan un aumento de la tensión física y psicológica, que se manifestarán primero como algo que nos molesta, luego devendrá en un desequilibrio y finalmente en una patología dependiendo siempre de cada persona en particular.
Las respuestas también variarán para cada individuo de acuerdo a sus experiencias, su memoria emocional, sus deseos, su temperamento.
Las manifestaciones podrán ir desde contracturas musculares, trastornos digestivos, insomnio hasta carácter irritable. Dependerá de lo que podríamos denominar “el punto débil” de cada uno. Será el punto que primero “ceda” ante esto que se vive como una agresión.
Debemos hacer una segunda distinción entre lo que es el estrés agudo y el crónico. El agudo tiene que ver con una reacción para hacer frente a una amenaza real o imaginaria. De nuevo, pensemos en el león. Generará una actitud de lucha/huida o de alarma.
Se producirá una cascada de reacciones desencadenadas por el sistema nervioso simpático, mayor frecuencia cardíaca, respiratoria, sudoración, broncodilatación, aumento de glucosa en sangre, de la presión arterial, redistribución del flujo sanguíneo (más hacia los músculos).
En cambio, ante un estrés crónico, un largo período expuesto a problemas que nos desbordan, se produce una respuesta de larga duración, pero en la que interviene el sistema endocrino generando mayor cantidad de cortisol, alteración de las hormonas tiroideas, depresión del sistema inmune, mayor propensión a enfermedades infecciosas, alteración del ciclo femenino, sensación de decaimiento general.
Esto derivará en manifestaciones orgánicas como inmunodepresión, gastritis, úlceras, colon irritable, constipación, contracturas, hipertensión, diabetes, urticarias, alergias y en manifestaciones psicoemocionales como ansiedad, irritabilidad, insomnio, inseguridad, miedo, desinterés, irritabilidad, insomnio, consumo de tabaco y alcohol, preocupación desmedida, falta de energía, depresión.
Ante todo, esto, uno va al médico y el profesional, además del tratamiento que pueda corresponder le dice: ¡Relájese!
En muchos casos, además de la terapia médica, del apoyo psicológico que se pueda buscar, se puede intentar modificar los puntos vitales de nuestro estilo de vida que llevamos, la alimentación, la actividad física, el tiempo de descanso, la vida social, reconocer las emociones, los “puntos débiles”. No pretender modificar el entorno sino apuntar a la persona, a las actitudes, a los hábitos, a las conductas, lo que implica revisar la filosofía de vida, establecer prioridades, avanzar en el autoconocimiento.
La respiración abdominal, la meditación y la implementación de técnicas progresivas de relajación muscular complementan el conjunto de herramientas con las que se puede empezar a manejar el estrés.
Fuente: Conferencia brindada por la licenciada Ingrid Echaide