La atención es un estado de concentración de la actividad mental hacia un objeto o estructura de objetos determinados. La mente de una persona común se halla gran parte del día dispersa, es decir, que, por su percepción directa, imaginación o memoria, el individuo capta, crea o evoca imágenes y situaciones que aparecen casi siempre como multitudinarias, poco claras y fugazmente vertiginosas. Una serie de actividades se realizan sin prestar atención a las mismas (cuando viajamos, comemos, caminamos, etc.).

Repentinamente algo interesa; entonces la actividad mental se transforma, es como si un foco de luz iluminara el objeto de la atención segregándolo de un fondo indiferenciado y haciéndolo patente y relevante.

Citemos un ejemplo: se está frente a una biblioteca, los ojos recorren distraídamente los libros que se presentan como un “muro” indiferenciado. En la mente, recuerdos de las actividades del día vagan al azar. De pronto la vista tropieza con un título. El sujeto lo reconoce y recuerda que necesita un dato determinado. Su mente dispersa se concentra. Inmediatamente ese libro adquiere un carácter especial segregándose del conjunto, siempre difuso e impreciso, con importancia real y definida.

Pero los objetos no aparecen espontáneamente, sino que es la mente la que de alguna manera selecciona y elige. Lo que indica una predisposición hacia lo que se quiere atender (actitud volitiva). Por lo tanto, la atención no es sólo concentración, sino que cumple una actividad selectiva hacia los objetos que le interesan.

Atender a algo significa dejar de atender a lo demás. Es fijar, limitar nuestros pensamientos en lo que de momento nos interesa.

La atención es un factor primordial para el positivo resultado de las prácticas del Hatha Yoga. Es por eso que al estudiante se le exige que permanezca lo más concentrado posible en su práctica.

Los asanas más complejos pueden lograrse si se tiene una mediana flexibilidad, pero sólo se obtienen verdaderos beneficios si la mente acompaña el ejercicio haciéndonos plenamente conscientes de los cambios que se producen en el cuerpo.

No basta ponerse en una postura sino en ordenar el proceso siguiendo cada movimiento, recorriendo mentalmente músculos y tendones, reconociéndolos, concientizando los movimientos viscerales y las presiones internas, percibiendo nítidamente la respiración, las corrientes nerviosas y aún la circulación del torrente sanguíneo.

Concentrarse en la práctica es volcar toda la personalidad hacia ella. Es olvidar de momento el mundo exterior volviéndose hacia uno mismo. Es hacerse dueños de las propias circunstancias y actos.

Claro está que no siempre “querer es poder”, al menos de primer intento. El haber vivido treinta, cuarenta o más años, implica haber adquirido hábitos más o menos arraigados.

El mundo, en constante cambio con sus usos, costumbres y pautas de conducta, imprime sus peculiaridades en el carácter, en la personalidad.

A través de los medios masivos de información y de la propaganda dirigida se instrumenta y regula “una cultura de distracción” que conforma a la inmensa mayoría de la humanidad, alejándola de sus valores intrínsecos.

Si se desea reencontrarlos, reencontrándose a sí mismo, el hombre necesita de una disciplina que será más urgente en la medida que más se haya desviado de sus metas e ideales.

Pero no una disciplina mediante la cual se logre la adquisición de conocimientos o habilidades para un fin exterior que formen la personalidad de manera indirecta y tangencial sino partiendo de los componentes de la misma para su sistemática y consciente integración.

Es por ello que el Yoga insiste de manera constante en lo útil e imprescindible de una disciplina gradual dirigida a esa integración de intelecto, emoción y voluntad. Sabiendo que esto se logra sólo operando desde adentro. Gradualmente el practicante irá perfeccionándose, mediante su autodominio. Atención y autodisciplina serán, por lo tanto, los carriles que conducen en forma directa a la meta elegida.

 

Extraído el material del libro “Yoga para el cuerpo la mente y el espíritu”- N. Pagano y A. Toufeksian.