La aglomeración, la falta de espacio, las dificultades para transitar, el aire viciado, la contaminación sonora, los medios de transporte saturados, las incomodidades de todo tipo (como los cortes de luz o las colas en los bancos), los problemas económicos cada vez mayores, la inseguridad, los cortes de calles, y tantas otras cosas que puedan ocurrírsele al lector, alienan cotidianamente al habitante de la gran ciudad, o a quien debe arribar a ella por cuestiones laborales.
Cada día es una especie de aventura infernal que termina con los nervios de cualquiera, y va creando ese carácter intolerante y agresivo que se aprecia en la mayoría de la gente frente al más pequeño inconveniente. Las malas contestaciones, los insultos los bocinazos, los golpes, son actitudes desproporcionadas en relación a minúsculos estímulos: el emergente de una feroz competencia por ganar, llegar primero, tener la razón salir en la tele, etc., actitudes tanto más violentas cuanto menos razón se tiene.
Una sociedad donde este comportamiento es la moneda corriente, no tiene respeto ni escrúpulo alguno en pasarle por encima al prójimo a cualquier precio, y lamentablemente estos tristes ejemplos se van transmitiendo a las generaciones más jóvenes, que los van naturalizando. Así es como vemos más violencia callejera, más violencia doméstica, más violencia escolar, un desquicio del que no se sabe cómo salir, y que va cundiendo también hacia comunidades más reducidas, extendiéndose como un cáncer.
Pensar que con todas las facilidades que nos brinda la tecnología hoy podríamos vivir más cómodos y tranquilos, pero el consumismo que invade sobre todo las grandes urbes, y la insana competencia que lo caracteriza, constituyen una enfermedad que envenena y destruye las relaciones sociales para dar lugar a una aglomeración inhóspita que no merece llamarse sociedad humana.
Una cantidad menor de gente que cultiva la cultura, el arte, la conservación de la naturaleza, se siente incomprendida y hasta atropellada por este cruel sistema y lucha desde un modesto lugar por esparcir conciencia a su alrededor, como una humilde antorcha en la oscuridad.
¡Qué bueno sería volver a comunidades más pequeñas y más sanas, recuperar el espacio, la vecindad, la solidaridad y la generosidad!
Graciela Godoy de Sadorin
Licenciada en Química (UBA), CONICET
Master Comunicación Científica, Médica y Ambiental UP-FARMA, Barcelona.