Durante la reciente obra de ampliación del Cesac N° 4, de Juan B. Alberdi y Pilar, la Ciudad tapó un emblemático mural realizado en 2001 por artistas del barrio. Su autora, Beatriz Olivera Querol, se ofrece a pintarlo nuevamente.

En épocas en las que la denominada “batalla cultural” amenaza con convertirse en la madre de todas las batallas, son muchos los funcionarios que se atreven a demostrar con hechos la poca relevancia que le otorgan a la cultura. Para comprobarlo, basta con acercarse al remozado Centro de Salud N° 4, ubicado en el corazón de la plaza Salaberry, de Juan B. Alberdi y Pilar, donde hasta hace apenas unos meses lucía en todo su esplendor el mural que destacados artistas plásticos de Mataderos le habían ofrendado al barrio a comienzos de este siglo. Sin embargo, en la reciente obra de ampliación del Cesac, el mural fue impunemente tapado por enormes placas de cemento, desterrando al olvido una parte importante del patrimonio barrial.

“Hace unos días vine con mi nieta a la plaza, y cuando vi el frente del centro de salud sin el mural y pintado de gris, se me cayó el alma al piso. Fue una puñalada en el corazón”. La que habla es la artista plástica mataderense Beatriz Olivera Querol, autora del boceto del mural y una de las encargadas de plasmarlo sobre el frente del centro de salud, de cara a la avenida Alberdi. “El funcionario que ordenó taparlo no sabe el daño que hizo. Es un pisoteo a la cultura”, expresa luego, y agrega “no le hubiese costado nada consultar, porque el mural estaba en perfecto estado, apenas tenía un leve descolorido por la intemperie y el paso del tiempo. Con una lija suave se podría haber recuperado totalmente”.

Eso sí, al tiempo que taparon el mural, colocaron en la plaza un cartel enorme y anodino que reza “Comuna 9”.

El proyecto del mural surgió a comienzos de 2001, cuando desde el viejo CGP9, que entonces dirigía Mirta Roca, se lanzó una convocatoria a artistas locales para usar como lienzo la pared del flamante Centro de Salud N° 4 que comenzaba a erigirse en un sector del predio donde hasta 1981 funcionara el recordado hospital Salaberry. “Tuve el orgullo de que fuera elegida mi propuesta”, recuerda Beatriz, y agrega que lo pintó en noviembre de 2001, acompañada por “tres maravillosos artistas plásticos de Mataderos, como Rosa Pantano, Fernando Martino Ruíz y Norberto Ricco”.

La consigna era que la imagen del mural tuviera un vínculo estrecho con el barrio de Mataderos, por eso allí estaban plasmados el Museo Criollo de los Corrales y el viejo hospital Salaberry. En ese paredón en V, de un lado aparecían las arcadas de la recova que alberga al Museo Criollo, y del otro la fachada del hospital Salaberry junto a unos alumnos de escuela sosteniendo un cartel con la leyenda Centro de Salud N° 4. Y sobre ambos diseños se observaban palomas volando y una bandera argentina.

“Al taparlo, no sólo nos hicieron un daño muy grande a quienes lo pintamos por amor al barrio y al arte, sino a todos los vecinos, algunos de los cuáles nos ayudaron a pintarlo”, dice Beatriz, y recuerda el momento en el que una enorme grúa del Cuartel X de Bomberos de Villa Lugano les permitió elevarse para pintar las partes más altas.

Quien advirtió lo que estaba por ocurrir fue Zulema, la viuda de Norberto Ricco, el recordado autor del emblema de Mataderos que también participó en la confección del mural. “Mi mamá se atiende ahí, y cuando al ver la obra de ampliación consultó por el destino del mural, una mujer que dijo ser la responsable de la obra le informó escuetamente que tenía orden del Gobierno de la Ciudad de cubrirlo. Cuando fue al día siguiente el mural ya no estaba”, comenta Sebastián Ricco, uno de los hijos del artista.

Otro avasallamiento al patrimonio cultural

No es la primera vez que el Gobierno porteño arremete contra el patrimonio barrial. El atropello a las obras de los artistas locales parece haberse convertido en un hábito. “En 1997 -recuerda Sebastián- mi padre encabezó la realización de murales con motivos y homenajes a personajes de la historia del barrio en las paredes que rodean el anfiteatro del Parque Alberdi. Pero hace unos años, en lugar de preservarlos, los pintaron totalmente de gris, el color que parece simbolizar el plano cultural para el Gobierno de la Ciudad”.

Algo similar ocurrió con el emblema oficial del barrio de Mataderos, que más de treinta años después de haber sido emplazado en la esquina de Alberdi y Murguiondo, fue retirado sin explicación alguna, para luego volver a ser instalado gracias a la presión de los vecinos.

Los artistas no bajan los brazos

“Como familia de Norberto Ricco repudiamos estos sistemáticos ataques a la cultura barrial. Porque una ciudad que ignora las expresiones artísticas en la patria chica, que son sus barrios, deja un vacío enorme que no se llena con carteles ni canteros florecidos”, sostiene Sebastián.

Hoy, el paredón que cubre la base del tanque de agua del Cesac 4, que supo ser el lienzo de un hermoso mural hecho por artistas del barrio, se transformó en una insípida pared gris. Sin embargo, Beatriz Querol no pierde las esperanzas de que aquella obra vuelva a lucirse en el remozado centro de salud. “No se puede avasallar el patrimonio barrial porque se le antoje a un funcionario que jamás pisó esta plaza”, subraya, sumida por la bronca y la impotencia, y luego arremete, “yo sigo teniendo el boceto de esa obra y como vecina y artista plástica me ofrezco para volver a dibujarla”.

Ahora sólo hace falta que el Gobierno porteño remede su error y demuestre que, aunque no parezca, la cultura y el patrimonio barrial aún tienen relevancia en su gestión.

Ricardo Daniel Nicolini